Resulta sumamente reconfortante saber que existen personas como Edgar Wright (El Desesperar de los Muertos, Scott Pilgrim), cineastas con un fuerte arraigo por la cultura popular y que en sus películas, a pesar de ser considerados blockbusters, no comprometen en ningún momento su visión artística. Baby: El Aprendiz del Crimen es en realidad una cinta ordinaria sobre un atraco que toma un giro inesperado y cuyos involucrados tendrán que arreglárselas para salir airosos; sin embargo, Wright ha logrado moldear el concepto a la imagen de su característico estilo, un frenético conjunto de imágenes enmarcadas por una sólida historia y una musicalización que trasciende la ambientación. No cabe duda que estamos ante una de las películas más originales y divertidas del año.
Baby es un tipo intranquilo y víctima de un conflicto moral sobre los asuntos en los que está involucrado. A pesar de estar relacionado con mafiosos se sangre fría y criminales de todo tipo, su nobleza y entereza suelen brillar en los momentos más críticos, lo que deja al descubierto sus mayores vulnerabilidades. El conocer a Debora le devuelve un brillo a su existencia, un objetivo por el cual luchar y dejar el bajo mundo criminal para rodar en las carreteras eternamente sin rumbo fijo. La inocencia y carisma de la chica son un faro en la oscuridad en la que ha vivido, pero su aparición pone algo más en juego cuando las difíciles decisiones llegan y los tipos malos quieren hacerle daño. Baby es serio y retraído, pero en el momento que se meten con los suyos es cuando realmente lo llegamos a conocer.
En el apartado del antagonista, Wright hace un trabajo muy peculiar al rotar este papel entre los distintos personajes de la historia. Aunque en un principio parecería que Doc, su jefe, es quien pondrá en entredicho su bienestar, otros serán quien asumirán la tarea en distintas ocasiones debido a razones muy particulares que, como se mencionó anteriormente, tienen que ver con la bondad que reside en la persona de Baby.
Destacado es el trabajo visual. Bill Pope, fotógrafo, ha logrado varias espectaculares secuencias llenas de adrenalina, lo cual también es posible gracias a los efectos prácticos que utilizó la producción, algo sumamente bienvenido en una época de estandarización digital. Las coreografías y algunas tomas puntuales nos recuerdan indudablemente a La La Land, el musical que causó furor a principios de año con un ritmo que por momentos se asemeja al de Baby Driver, basta con recordar la secuencia musical en la que el protagonista camina por las calles hacia una cafetería. De igual manera, en la historia romántica podemos encontrar algunos trazos de la cinta ganadora del Óscar. El hombre amante de la música, la mujer soñadora, un desenlace inesperado… Y claro, no podemos olvidarnos de Driver, otra cinta de Ryan Gosling y a la que podríamos considerar como el hermano mayor de esta.