La vida de cualquier amante de los videojuegos ha quedado marcada por distintos momentos a través de la historia. Cómo olvidar el solemne y silencioso encuentro entre Link y Zelda en el jardín del castillo, la muerte de John Marston o la fascinante aventura de Kratos y Atreus más recientemente. Pero lo que ha logrado Naughty Dog trasciende su propio ámbito. The Last of Us, ambas partes, es una experiencia para toda la vida.
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*Todas las imágenes fueron capturadas por mí dentro del juego. |
La espera llegó a su fin hace unos días con el problemático lanzamiento de la secuela, la cual se vio afectada por una pandemia real, filtraciones, retrasos y la suspicacia de un importante grupo de jugadores. Pero dejaré la insólita respuesta (quizá no tanto) de muchos fans para otra ocasión. Después de estas tres semanas, lo que más me importa es desahogar el sentimiento que ha generado en mí la siguiente parte del camino de Ellie. Y sí, hay spoilers adelante.
En esa primera parte del juego, nunca cuestioné a Ellie en su búsqueda de venganza, sino todo lo contrario, disfrutaba de aplastar el cráneo de los compañeros de la dichosa Abby y hacerme camino entre hordas de infectados. En un mundo sin ley, había que hacer justicia por propia mano. Pero conforme me iba a acercando a ella, las dudas comenzaron a surgir.
Ver cómo Abby interactúa con todos los personajes y perros que asesiné como Ellie es duro y cruel, pero sumamente necesario. Y no solo eso, pues entre más tiempo pasé conociendo a Abby, más pude empatizar con una mujer cuyo mundo se vino abajo a causa de una decisión de Joel.
Internarte en Santa Bárbara retomando el control de Ellie tiene el peor de los augurios. “¿Qué voy a hacer en ese inevitable encuentro final en el que seguramente solo una quedará en pie?”, pienso mientras exploro el complejo turístico.
Y así, cuando estoy en la playa propinando una golpiza a una desnutrida Abby que acaba de ser liberada de su cautiverio, tener que apretar el botón cuadrado para clavar un cuchillo en su pecho se vuelve algo difícil de aceptar. Muchas veces me vi superado por ella solo para tener que reiniciar la escena. Algo en mí no quería invertir la fuerza necesaria para apretar el botón y acabar con esto de una vez por todas.
Afortunadamente, ambas salieron vivas de ahí, pero ninguna volverá a ser la misma. Ahora, veo mi repisa para decidir qué jugar y ya nada parece tener sentido. Para Ellie, cuando vuelve a casa y no encuentra a nadie, la sensación es mil veces peor.
Y a pesar de eso, sus habitantes, curtidos en una violencia que no parece tener fin, han podido mostrarme que la luz se puede asomar incluso en las más oscuras tinieblas. Sí, suena a cliché, aunque esta vez sí que lo he sentido. Quizá ni siquiera ellos lo crean, tal y como Owen le deja ver a Abby al decirle que se han convertido en lo que son porque dejaron de buscar la luz; pero yo me quedó con esos pequeños actos de misericordia tanto de Abby como de Ellie, pues parece que es lo único que importa después de todo.