En Tomorrowland, todo gira alrededor del optimismo, incluso ante la carencia de este. En un mundo que se supone es el nuestro, la expectación por el futuro emociona, pero también augura el peor desenlace para la humanidad. El deseo por explorar e innovar parece haberse esfumado de nuestra especie, las guerras y desastres naturales acaparan los titulares de las noticias y la única esperanza que había ha quedado en el olvido. Sin duda un lugar en el que Cooper, de Interestelar, se sentiría como en casa. La nueva apuesta de Disney por crear una mega franquicia ve a la casi omnipotente entidad indagando en sus propias entrañas, en ese ambiente de aparente armonía en donde los avances tecnológicos son necesarios para sostener la felicidad, en pocas palabras, una utopía. Pero como es sabido, una utopía carece de cualquier fundamento real para poder existir. Es así como se llega a la conclusión de que la esencia de Tomorrowland, arraigada en el más brutal y falso entusiasmo de Disney, es tan falsa como el mismo concepto utópico
Por más que se quiera evitar el tema, habrá que mencionar ESA incómoda situación. En el prólogo conocemos al pequeño Frank justo cuando descubre Tomorrowland gracias a Athena. Por supuesto, ambos se enamoran, sí, también la robot ¿cómo? Solo Lindelof lo sabe. El punto es que cuando estamos en el presente, cierta tensión existe todavía entre estos personajes. SPOILERS ADELANTE Cuando Athena está a punto de sacrificar su vida para cumplir con el objetivo de salvar a la humanidad, la robot comparte un tierno y casi amoroso momento con ¿un hombre de más de 50 años? TERMINAN SPOILERS Alguien no muy inteligente en la compañía infantil por excelencia no debió de haberse percatado de esta evocación a la pedofilia.