Casi derrotado, sumamente triste, y sin nada más que perder, Ki-taek (Song Kang-ho) murmura: “Si haces un plan, la vida nunca resulta de esa manera”. El contexto de esta frase le otorga un mayor impacto y cierta desolación; una contundente declaración que podría describir la vida de las decenas de desplazados que yacen a su alrededor en un viejo edificio acondicionado como refugio temporal.
En Parásitos, ganadora de la Palma de Oro en el festival de Cannes este año, hay ricos y pobres, y cuya diferencia, más allá de la riqueza, radica en la posibilidad de planear su existencia. Mientras los más desgraciados viven al día, lo más afortunados se dan el lujo de pensar en qué gastarán sus recursos mañana, pasado y así. La universalidad de esta situación hacen de la cinta una crítica que resuena notablemente en las sociedades contemporáneas.
Todo cambia cuando un amigo de Ki-woo llega con una interesante proposición: hacerse pasar por profesor de inglés y darle clases a una niña rica. Ki-woo se hace con el trabajo gracias a su astucia, y pronto también ve la oportunidad de obtener un poco más de la familia Park. Con la ayuda de los suyos, el engaño se hace todavía más grande, pero un inesperado descubrimiento no solo pondrá su plan de cabeza, sino que les hará reflexionar sobre su papel en la sociedad.
Aunque enclavadas en mundos distópicos o situaciones fantásticas, el trabajo del cineasta siempre ha logrado retratar con precisión los sentimientos de los oprimidos, asediados siempre por la adversidad y humillación de los ricos. Ahora, en Parásitos, Bong Joon-ho se aleja del cine de género para enmarcar esta eterna confrontación en un entorno más reconocible y en total sintonía con nuestros tiempos.
A pesar del infortunio del que son víctimas, los cuatro mantienen una buena convivencia y disfrutan de la compañía del otro; pero más importante aún, algunos de sus sueños permanecen intactos. Ki-woo, por ejemplo, ansia entrar a la universidad para salir de esta situación y ayudar a su familia. Ki-taek también mantiene la esperanza, aunque esta llegue en forma de una extraña piedra regalada a modo de tributo por un amigo de su hijo. Esto nos hace preguntarnos: ¿están los Kim aferrados a una utopía o a algo verdaderamente posible?
Los Kim, más astutos que ellos, se ponen en su camino de forma inadvertida inicialmente, pero la batalla que eventualmente emprenden deja al descubierto ese vicio humano de querer aplastar a los demás. En una sociedad corroída, en la que sus integrantes solo se preocupan por ellos mismos, y la supervivencia se convierte en el único fin, todos son parásitos.
En un tren donde se encuentra el último reducto de la humanidad, los que van adelante disfrutan de toda clase de comodidades y placeres, mientras que los que van atrás deben vivir en la inmundicia y someterse a la brutalidad de los pudientes. El coreano, llamando a esta su película de “pasillo”, denomina a Parásitos como la de “escalera”. La presentación es distinta, pero la idea es la misma. La eventual revuelta, al final, luce inevitable.
Los Kim, casi victoriosos, son puestos a prueba y reciben una cucharada de su propia medicina que destruye por completo el plan casi perfecto que perpetraron desde el comienzo. La vida, como sabiamente dice Ki-taek, en realidad no puede planearse.
Pero Yi-taek es quien realmente explota al final al protagonizar una venganza producto de una acumulación de humillaciones y sentimientos encontrados. En los últimos desoladores instantes de la cinta, los deseos son meros sueños que quizá nunca su cumplan, mientras que las frustraciones son más reales que nunca. Quizá alguien tuvo lo que se merecía, pero otro más siempre deberá ocupar el lugar de arriba.