A través de una serie de riesgos, algunos más efectivos que otros, la película propone un discurso visual poco común que la distingue del resto, otorgándole una fuerza inusitada a este relato familiar.
Shults ha encontrado en la familia una pasión narrativa. En su todavía corta pero valiosa filmografía, este ha explorado, desde distintos puntos de vista, la desintegración familiar y las consecuencias emocionales del acontecimiento en cada uno de los miembros. Habiendo probado con distintos acercamientos con sus tres obras, Shults finalmente parece haber encontrado un notorio y sumamente prometedor sello de autor.
Brown y Harrison Jr. se convierten en el eje principal de la película interpretando a dos necios cuyo frágil vínculo es llevado al límite físico y emocional. El espíritu competitivo de Ronald ha vuelto a Tyler una bomba de tiempo cuya mecha ha sido encendida no por la terrible noticia que recibe por parte de su médico, sino por la bien intencionada pero opresiva mirada del primero.
Su lesión y la relación con Ronald pronto generan una ola de malas decisiones en la vida de Tyler, mismas que terminan por afectar a su novia, Alexis (Alexa Demie), una chica que Shults presenta con su propia historia de empoderamiento y responsabilidad. El amor apasionado entre ella y Tyler pronto se vuelve una relación de abuso y humillación producto de la inestabilidad emocional de este último. La ola se vuelve cada más grande, arrastrando a todos sin excepción.
En la segunda mitad, Shults ofrece un atisbo de esperanza entre tanta oscuridad a través de Emily y su propio viaje personal, en el cual yace la resignación, el amor, el despertar sexual, y una reconciliación consigo mismo y con un padre ausente que se perdió mucho de su vida al haber estado obsesionado con el éxito de su otro hijo.
Pero entre todo este dolor, Emily encuentra en Luke (Lucas Hedges), compañero de equipo de Tyler, la posibilidad de ser feliz y de hacer algo importante por ayudar a alguien con problemas familiares distintos, pero igual de serios. En esta segunda mitad, las cosas cambian para bien a pesar de todo. Tras ofrecer una mirada hacia la frustración y soledad, Shults nos recuerda que en la vida también hay oportunidades para abrirse y entregarse por completo.
Cambiando igualmente de relación de aspecto en múltiples ocasiones, dependiendo del humor y gravedad de la situación, el director emplea todo tipo de recursos para retratar el malestar psicológico de una familia al borde del colapso. Más tarde, la cámara se asienta para mostrarnos algo más suave y delicado; las vivencias de una niña amable y comprensiva en busca de una oportunidad de amar.
Y, por si fuera poco, Trent Reznor y Atticus Ross le dan a Las Olas una música original con ese distintivo sello etéreo que ha caracterizado su trabajo cinematográfico.
Además, la representación del negro violento y machista realza la aparición del blanco sensible y amoroso. Estas decisiones narrativa podrían lucir inofensivas, pero la realidad social que vivimos nos impide pasarlas por alto.
La respuesta sin duda estaría en el hecho de que un hombre blanco ha escrito y dirigido, lo que nos remite a la obra de Barry Jenkins, un hombre negro que, en sus dos recientes trabajos (Luz de Luna y Si la Colonia Hablara), ha retratado lo que significa realmente ser negro en una sociedad incapaz de reconocer la igualdad entre razas.
Al final, los Williams nunca volverán a ser los mismos, pero el amor emerge como su última esperanza, lo único capaz de dejarlos perdonar y encontrar la calma después de la tempestad. Pero solo cuando sean capaces de tener un efectivo positivo en lo demás podrán ser realmente felices, o al menos intentarlo. De esto suele tratarte todo el asunto de pertenecer a una familia.