La vida de Juan gira en torno de la desgracia, pero no solo de aquellos a los que corre a atender con su familia en una vieja ambulancia, sino también a la de un sistema fallido, un engranaje oxidado que más o menos funciona gracias a personas como ellos, castigados por una cruel dinámica de indiferencia y corrupción, algo completamente normal en el México contemporáneo.
Su labor no es sencilla, además de poco remunerada; sin embargo, los Ochoa se aferran a un modo de vida que no parece redituable en todos los sentidos, pero al que prácticamente le dedican todo lo que son como personas.
El director Luke Lorentzen, habiendo pasado una temporada con ellos, ha vuelto a poner sobre la mesa una de las tantas problemáticas que aquejan a la capital del país: servicios de salud deficientes y escasos. La cinta comienza con un impactante recordatorio: el gobierno local apenas tiene unas 40 ambulancias para 9 millones de personas; las demás pertenecen a particulares que buscan ganarse la vida llenando un enorme hueco.
Por momentos, el documental también nos abre la puerta hacia su vida personal a través de de una serie de llamadas telefónicas con una novia que nunca aparece en escena, pero cuya presencia se siente a través de las precoces e hilarantes charlas. El espectador pronto entiende que se trata de cualquier otro chiquillo malhablado, pero con un sentido de responsabilidad propio de una persona madura.
Por supuesto, esto no necesariamente se ve traducido en estabilidad económica, pues uno de los aspectos que más resalta Lorentzen en su cinta es la dificultad de hacer dinero en este negocio. ¿Cómo cobrarle a quien se le acaba de morir alguien? ¿Cómo hacerle ver a la familia de los pacientes que su trabajo es como cualquier otro? Estas dificultades podrían resultar palpables por primera vez para todo aquel que ha dado por sentado este tipo de servicios gracias al enfoque humano del director.
Esto nos recuerda aquella película de Dan Gilroy, Primicia Mortal, en la que un fotoperiodista utiliza todo tipo de tácticas para poder llegar a un accidente y filmar lo ocurrido. El estilo, la fotografía nocturna y la forma en la que los Ochoa recorren una y otra vez la ciudad se asemejan bastante a los de la ya mencionada.
La amabilidad y tacto con la que tratan a sus pacientes nos hace preguntarnos si solo es parte de su servicio al cliente o una verdadera empatía que les impide dejar a alguien morir aun sabiendo que quizá no podrán pagarles. Lo que queda claro es que Juan y los demás solo desean poder comer algo decente al día siguiente, pidiendo también un poco de reconocimiento por su trabajo.