A diferencia de la épica desplegada en la aclamada Gomorra la década pasada, el italiano ofrece una mirada más íntima hacia un entorno de violencia y abuso que aterroriza a toda una comunidad, dinámica que termina arrastrando a Marcello hacia un sitio inesperado.
Pero el hombre carga con un gran peso: Simone (Edoardo Pesce), un maleante con un temperamento explosivo al que también le vende droga. Obligado siempre a cometer fechorías por el temible tipo, Marcello eventualmente se ve involucrado en un crimen que pone en jaque todo lo que ha construido.
El único problema en su vida es Simone, quien lo controla a placer llevándolo a tomar las peores decisiones. Si bien él es el que suele poner a perros en jaulas y lograr que estos hagan lo que desee, su indeseable “amigo” es quien ha creado para él una jaula hecha a la medida.
De cualquier manera, su gran corazón es determinante para darle una oportunidad. En una escena que promete impactar a cualquier defensor de los animales, Fonte se gana a todo el mundo con una demostración de heroísmo y enorme empatía. Sin embargo, estos rasgos serán inservibles para poder lidiar con la situación más apremiante.
El peligro e indiferencia que derrocha es también puerta hacia algunas cosas que él nunca podría alcanzar por sí mismo, como la atención de una bella mujer en un club nocturno, o una noche de desenfreno con cocaína al por mayor. Estos placeres son demasiado irresistibles como para no disfrutarlos. El diablo se le ha aparecido, y la tentación es enorme.
Es así como en su cabeza se gesta finalmente lo que el espectador y todos los habitantes de la comunidad han deseado desde el principio: deshacerse de Simone. El perro que lo ha mordido todo este tiempo debe ser sacrificado.
Su relación tóxica con Simone es inexplicable, pero resulta imposible juzgar a un hombre que se desvive por los perros y su hija. Garrone cuenta una simple historia del fuerte contra el débil en la que el mayor actor de violencia no es la brutal golpiza que recibe Marcello, o el sangriento final que ocurre dentro de las paredes de su estética, sino más bien el harakiri que ha perpetrado, dejándolo solo a pesar de haber puesto las cosas en orden de una vez por todas.