
Esto último es quizá lo más reprochable del nuevo trabajo de Spielberg, tanto que cuesta trabajo creer que el guión estuvo a cargo nada más y nada menos que de los hermanos Coen. Nada sorpresivo resulta que Donovan cree un vínculo más allá de lo profesional con su cliente, de quien convenientemente nunca se le llega a probar nada, porque claro, la duda sobre su inocencia debe de quedar ahí para que su lazo sea todavía más estrecho. Su interacción nos recuerda a la de Milagros Inesperados, en la que el personaje de Tom Hanks simpatiza con un supuesto asesino sentenciado a muerte y que guarda un gran secreto. En Puente de Espías, Abel y Hanks representan lo mejor de sus naciones: patriotas que solo hacen su trabajo, pero que nunca le darán la espalda a la causa. La verdad es que todo parece muy ideal como para poder identificarse.
Spielberg y los Coen se empeñan en moldear a Donovan como el perfecto ciudadano, aquel para el que su país y los derechos son los más importante, incluso más que su propia familia. Incluir a la ecuación el rescate de un estudiante que fue apresado por estar en el lugar y momento equivocados solo es un pretexto para agregar un poco de tensión dramática a una historia orientada hacia el diálogo. De igual manera, la situación solo ensalza todavía más la figura del protagonista.
Está también la típica representación de los rivales de la nación. Los oportunistas y tercos alemanes del este; los feroces, violentos y obsesionados rusos… Y aunque la representación en general de los estadounidenses se acerca a la de una turba iracunda, es Donovan al final del día quien emerge como el ejemplo a seguir. No se puede evitar percibir esa ligera sensación de xenofobia.
En el aspecto técnico hay que poco que reprochar. Los detalles de la época son sencillamente increíbles: los atuendos, los sets, el comportamiento de los personajes… Todo nos hace sentir en la mitad del siglo pasado. Lo único que realmente salta, muy extraño para una película del director en cuestión, son los efectos especiales. La escena en la que Francis Gary Powers (Austin Stowell), el piloto estadounidense espía, es derribado en territorio soviético es realmente irrisoria. La distinción entre los fondos y el sujeto deja al descubierto una mala composición y una pobre ejecución.
En el desenlace se establece rápidamente el simil entre Donovan y Powers, dos hombres que cumplieron con su trabajo y por el cual no fueron reconocidos inmediatamente, pues tuvieron que pasar por cierta deshonra para llegar a ser apreciados y reverenciados. De igual manera, la figura de Abel queda marcada por el honor, la templanza y la dignidad. Aunque poco se explora sobre él, su caracterización es probablemente la más fascinante todas, y si a eso agregamos la interpretación de Rylance, tenemos al personaje más interesante de la película. Puede que su relación con Donovan llegue a punto predecible, pero eso no le quita el valor a la representación más humana de toda el relato.
Puente de Espías es un drama legal y un thriller político con un trasfondo inspiracional francamente anticuado. Spielberg acierta evocando una época de antaño con sus visuales perfectamente cuidados y su ritmo semi lento, pero al igual que los Coen, falla al momento de exponer el verdadero conflicto de un hombre cuya lealtad es puesta en tela de juicio. La falta de riesgos, la obsesión por la moral y la escasez de recursos narrativos la convierten en algo poco memorable.