Lo anterior deriva también en una subtrama tan irrelevante como estúpida. Aaron Kalloor (Riz Ahmed), CEO de Deep Dream, la red social más influyente del planeta, ha pactado con la CIA para dejarlos accesar a la información de los usuarios mientras la agencia continúa financiado su futuro. Cuando las cosas se ponen muy feas y Kalloor ya no puede aguantar más su conciencia, este decide exponer la verdad para el disgusto del director de la CIA. El propósito de todo esto nunca queda claro. ¿Qué demonios tiene que ver Jason Bourne con Facebook y Mark Zuckerberg (a quienes hacen referencia de manera flagrante y torpe)? ¡Ah! Claro. Ahora resulta que el héroe tiene que salvar al mundo antes de que la agencia logre obtener la información de billones de personas. En la primer trilogía, la apuesta era más íntima y especial. Jason Bourne tenía que salvarse a sí mismo y evitar los efectos colaterales de la cacería. Ahora tiene que proteger a los usuarios de una red social de un misógino Tommy Lee Jones convertido en villano.
La incorporación de Vikander lucía sumamente atractiva; sin embargo, a pesar de que su papel nos habla del empoderamiento femenino en un ámbito todavía atípico, los múltiples giros con los que nos topamos nos dejan con muchas dudas con respecto al desarrollo de su personaje. Greengrass nos hace creer que Lee es una mujer íntegra, inocente y que lucha por sus principios, solo para que al final nos dé una cachetada en la cara y nos presente su verdadero y maquiavélico rostro. Sin ningún planteamiento previo, el director quiere que creamos que Lee ayudó a Bourne todo el tiempo solo para quedarse con la dirección de la CIA. Sin duda es inesperado, pero absolutamente absurdo.
Poco hay que destacar de Jason Bourne. Quizá lo mejor de todo sean las locaciones, sello distintivo de una cinta como esta. Londres, Atenas, Las Vegas son los lugares en donde se llevan a cabo la mayoría de los acontecimientos y es precisamente en este último en donde se desarrolla la mejor secuencia: una persecución automovilística en Las Vegas Boulevard. Con el uso de efectos prácticos, atrevidas maniobras y una edición perfecta, Greengrass y su equipo demuestran que todavía es posible impresionar al público sin la necesidad de la magia creada por computadora. Tristemente, toda esta grandilocuencia sirve para poco. Mucho esfuerzo para nada.
Después de habernos dejado muy satisfechos con Capitán Phillips, una verdadera obra llena de tensión y el cinéma vérité que en algún momento también desplegó en la franquicia en cuestión, Paul Greengrass decepciona rotundamente con Jason Bourne, la peor película de la saga y quizá su trabajo más mediocre hasta la fecha. El reciente fracaso de Bond le había puesto la mesa para tratarnos de demostrar que el regreso del ex asesino estaba más que justificado, pero nadie se imaginó que esto sería contraproducente. Una verdadera lástima.