A través de su corta pero fundamental obra, Darren Aronofsky ha construido un pequeño universo visual que no solo ha logrado cautivar por su estilo y técnicas narrativas, sino por la crudeza con la que ha retratado facetas sumamente oscuras de nuestra humanidad, aquellas que están en todos nosotros y que pocas veces nos atrevemos a enfrentar. La fragilidad del cuerpo, la adicción y la obsesión en todo su esplendor. Si bien algunas de sus obras han causado controversia por distintas razones, las cuales no vienen al caso en este momento, todos y cada una de ellas guardan algo en especial. Cuando fue anunciado que la súper épica producción de Noé estaría a cargo del director, las reacciones fueron diversas: ¿se comprometería la visión de Aronofsky? ¿cómo abordaría un tema religioso de manera parcial? Las expectativas eran casi iguales que las reservas.
El potencial de la cinta era sumamente interesante. ¿Sometería Aronofsky a Noé una tremenda obsesión al igual que los personajes de toda su obra? ¿Lo encontraríamos atrapado dentro de sus mismos sueños convertidos ahora en pesadilla? A primera vista, podría decirse que sí. Noé es un hombre completamente subordinado a lo que cree. Su pasión por su cometido lo ha cegado completamente y lo ha apartado no solo de su familia, sino de cualquier otra emoción. En la cinta, tras encontrarse confinados en el arco al comenzar el diluvio, la relación entre Noé y sus familiares se vuelve tensa, pues una advertencia que hace desestabiliza completamente la armonía entre los únicos sobrevivientes humanos sobre la Tierra. Noé, completamente ciego hacia el sentir de sus hijos y esposa, casi ha perdido la razón, su obsesión ha sacado el lado más oscuro de su persona. Lo anterior podrá sonar como poco convencional si nos referimos a una producción hollywoodense sobre un relato bíblico; sin embargo, Aronofsky cae en lo predecible, lo monotono y lo superficial. Es difícil poder simpatizar con Noé, no por el contexto fantástico y las circunstancias extremas a las que está expuesto, sino por lo acartonada de su caracterización. Además de la raquítica e insoportable actuación de Crowe, la pasividad del personaje terminan por acabar con cualquier atractivo que pudiera tener. Sí, pasividad., pues aunque es su decisión de construir el arca es lo que mueve la trama, el conflicto interno que lo sume en una depresión aparece hasta muy tarde en la cinta. Hubiera sido más apropiado ver su lucha entre su deber y querer en pleno cautiverio.
La subtrama de Ham (Logan Lerman), uno de los hijos de Noé, tiene sus matices. Por un lado, son sus acciones las que ponen al protagonista en un interesante dilema, pero su caracterización no es mas que irritante. Algo parecido sucede con Emma Watson. Aunque son contadas sus intervenciones, su actuación deja mucho qué desear. Es quizá Jennifer Connelly la que mejor papel hace en toda la película, pareciera como si ella fuera la única permitida a mostrar sus emociones tal cual.
La representación de una maldad sin sentido y solo por que sí a través de Tubal-Cain (Ray Winstone) no favorece en nada a la trama. Es cierto que su antagonismo no es esencial, pero su inclusión por demasiado tiempo en la historia parece ser únicamente con el propósito contar con algunas escenas de acción y tensión baratas.
Si bien apenas podemos encontrar rastros de Aronofsky en la cinta, hay escenas en particular que nos muestran todo el talento que han hecho grandes a sus anteriores producciones.
Los seguidores del director no tardarán en encontrar cierta similitud con La Fuente de la Vida, quizá su otra obra que más ha polarizado a la opinión de la crítica. El ambiente fantástico y muy cercano a lo cósmico, la espiritualidad que emanan sus protagonistas y la búsqueda de una tierra prometida son elementos que comparten ambas narrativas. Incluso hay una escena en Noé que bien podría ser una reinterpretación de su vieja cinta. Noé, a punto de que una horda de desesperados hombres le arrebaten el arca, se percata del comienzo del diluvio cuando la primer gota cae sobre su rostro. El plano, en un ángulo cenital y con el protagonista mirando directamente hacia nosotros nos recuerda al Hugh Jackman mirando hacia Xibalba en otra línea del tiempo. Su perdición y salvación se encuentra en el mismo sitio.
Otros planos, como en el que encontramos el arca en un paisaje oscuro frente a una roca con cientos de personas aferrándose a ella, resulta tan tenebrosa como bella por sí misma.
El uso del timelapse también es recurrente en la cinta, en algunas ocasiones logra verse muy bien en pantalla, pero en otras parecen resaltar carencias de los efectos visuales. El stop motion también aparece en varios momentos, particularmente en la escena donde Noé encuentra una flor creciendo súbitamente, tal y como el Hugh Jackman conquistador de La Fuente de la Vida descubre igualmente frente al árbol sagrado.
Es una pena que Aronofsky se haya diluido en esta súper producción, su toque quedó sepultado por una pobre y complaciente trama y una serie de personajes poco convincentes. En realidad, el Noé de Aronofsky no siente como uno de Aronofsky. Esperemos que esta sea el único gran tropiezo en su ya destacada carrera.