Crítica – Pecadores: un electrizante southern que celebra la cultura negra

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Con remakes, secuelas y adaptaciones por doquier, las propuestas originales en el cine siempre son bienvenidas. Pecadores (Sinners, 2025), entonces, se siente como una bocanada de aire fresco por el tratamiento que el director Ryan Coogler le ha dado al ya agotado concepto de los vampiros —que aquí vuelve a sus raíces folclóricas, desde un contexto diferente al de Nosferatu (2024)— en la pantalla grande. Incorporando un comentario social más que pertinente, construyendo notables secuencias de acción (que recuerdan mucho a Del Crepúsculo al Amanecer (From Dusk Till Dawn, 1996)) y pasión, y ofreciendo más de dos horas de lo que siempre pedimos de un blockbuster, el cineasta y su equipo triunfan con una experiencia altamente estimulante.

La cinta es un vehículo, principalmente, para Michael B. Jordan, quien entrega una doble actuación como dos gemelos que regresan a su pueblo en el sur de los EE. UU. para empezar un nuevo negocio, donde los espera más de una amenaza. Jordan se consolida como una figura de acción cuyo pavoneo frente a la cámara resulta irresistible. Pero eso no es todo, pues las pequeñas pero bienvenidas aportaciones de Hailee Steinfeld, Delroy Lindo, Miles Caton y Jack O’Connell contribuyen a un panorama de peculiares personajes; quizá no todos están desarrollados, aunque sí que dejan una grata impresión apoyados de las líneas del guion.

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Imagen: Warner Bros., Domain Entertainment, Proximity Media

El alma de Pecadores se concentra en la celebración de la cultura negra, principalmente el blues, temática a la que la película recurre constantemente para enaltecer su poder sensorial e insertarle una cualidad sobrenatural muy interesante y vistosa —la secuencia del baile pone los pelos de punta gracias a la fotografía en IMAX de Autumn Durald Arkapaw—. Esta autenticidad artística a la que se alude se convierte en una electrizante manifestación folclórica que se percibe en la notable música de Ludwig Goransson, los apasionantes performances y la manera en que Coogler muestra la relación de la comunidad afroamericana con los géneros que actúan como resistencia. Una idea muy ingeniosa, genuina y necesaria de desarrollar en una producción de este calibre.

Coogler, por supuesto, construye un comentario social alrededor del terror y la acción de su nueva obra. El crisol que presenta, conformado por distintas culturas y pueblos, tanto nativos como inmigrantes, nos recuerda la verdadera esencia de un país que más bien parece ser la sangre que chupan los vampiros que han invadido lo que les pertenece. La naturaleza vampírica se desenvuelve como un símil de la integración forzada —tema muy presente en El Brutalista (The Brutalist, 2024)— a una sociedad que solo necesita de las minorías para darse golpes en el pecho y explotarlas, y luego desecharlas. La influencia de ¡Huye! (Get Out, 2017) se percibe en este diabólico juego racial.

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Imagen: Warner Bros., Domain Entertainment, Proximity Media

Pecadores también evoca en el fondo y la forma a Django sin Cadenas (Django Unchained, 2012); de hecho, una de las últimas secuencias se asemeja al tiroteo masivo en el filme de Tarantino. Y claro, la representación del racismo fundacional de EE. UU., igualmente, es parte importante en la trama de ambas.

La religión, por supuesto, no podía quedar fuera de la historia, pues su relativa irrelevancia contemporánea queda al descubierto cuando el poder del arte, lo artesanal y otro ángulo de la liberación espiritual —anclada en lo pagano— se imponen ante ella para triunfar ante las amenazas sobrenaturales y terrenales.

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