Tom Cruise se ha eregido como un mito viviente del cine contemporáneo. Sus famosas secuencias de acción, ejecutadas lo más cercano posible a la realidad ―arriesgando incluso la vida misma―, e icónicos papeles lo han consagrado como realeza de Hollywood. Pero todo tiene que terminar algún día, y no solo la franquicia de Misión: Imposible, que llega a una aparente conclusión con La Sentencia Final (Mission: Impossible – The Final Reckoning, 2025), sino también la buena racha que traía, pues esta nueva entrega, francamente, palidece ante la calidad de buena parte de las anteriores. Si bien el nivel de emoción ofrecido sigue ahí, varios vicios básicos del blockbuster le restan puntos considerables.
La cinta, como era de esperarse, continúa la historia presentada previamente: una IA rebelde amenaza con destruir a la humanidad, y solo Ethan Hunt y su equipo pueden detenerla. Cualquiera podría pensar que estamos ante otra iteración de Terminator, y, en efecto, la premisa es la misma. Por supuesto, aquí no hay robots con metralletas ni viajeros en el tiempo, pero sí un aspecto de ciencia ficción que Cruise y el director Christopher McQuarrie despliegan como nunca antes en la franquicia. Habiendo combatido contra cualquier cantidad de villanos de carne y hueso en el pasado, resulta bastante natural que Hunt se enfrente ahora a una amenaza virtual, que, claro, como en Top Gun: Maverick (2022), alude a la sombra cada vez más grande de los algoritmos controlándolo todo, incluso el entretenimiento.

De ahí que las constantes referencias a lo análogo sean otro llamado de Cruise a luchar por la creatividad en el cine y las salas llenas de gente frente a la pantalla grande. Sin embargo, en esta ocasión, el mayor defecto de su nuevo proyecto reside en la sobreexposición, la cantidad de mcGuffins, la reiteración de Hunt como una especie de mesías y una serie de complicaciones narrativas que dañan un poco la experiencia. Las larguísimas líneas que detallan lo que los pérsonajes harán a continuación resultan extenuantes; de hecho, algunas de estas duran más que las mismas secuencias de acción. Aunado a ello, la cinta sufre de un exceso de personajes, algunos con nula agencia o motivaciones sacadas de la manga. El villano real, Gabriel, por cierto, apenas y aparece. Mención aparte merece Tramell Tillman como el carismático capitán de un submarino.
Otro detalle que no ayuda es la forma en que la trama busca conectarse con las cintas anteriores, a veces forzadamente. Que el hijo de tal aparezca, o que lo que robaron en tal parte era en realidad esta cosa solamente crea algo de confusión en una ya de por sí historia cargada de información que hay que recordar. En suma, La Sentencia Final se muestra voraz en este sentido, pero desorientada en cuanto al propósito final del relato y la resolución emocional del protagonista. La tensión también se hace presente con algunas escenas que parecen sacadas de un thriller político como Dr. Insólito o: Cómo aprendí a Dejar de Preocuparme y Amar la Bomba (Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, 1964) u Oppenheimer (2023), aunque sin la comedia o la exploración psicológica.

Afortunadamente, si hay algo en lo que Cruise no decepciona es con su compromiso en las peligrosas secuencias de riesgo. La que tiene lugar debajo del agua en un submarino y la de las avionetas son dos de las mejores que nos ha entregado la saga a través de las décadas. La Sentencia Final se siente como una propuesta más preocupada en presentarse como un “grandes éxitos” que en adentrarnos en una buena historia como antes. Pudo haber sido peor, pero vaya que esperábamos más.