Crítica – Emilia Pérez: el cine irresponsable y miope

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“Aquí no hay culpables, no juzgamos a nadie” es, probablemente, la línea más irresponsable que contiene Emilia Pérez (2024), la controversial y lamentable película de Jacques Audiard que se presenta como una supuesta fábula de la violencia en México, pero que en realidad no es más que un ejercicio autoindulgente diseñado para hacerle sentir a los público europeos y estadounidenses que entienden el profundo problema social que se vive en nuestro país. Pero cuando nos topamos con la historia de un narco en busca de redención, sabemos que algo anda mal.

Esto se agrava aún más con su representación operística y caricaturesca de la situación, pues pone en evidencia la falta de tacto de Audiard y su equipo al mostrar el dolor de los desaparecidos y el cáncer del narcotráfico solamente como el fondo de su caja de juegos. La trivialización deja al descubierto su nulo interés.

El director francés fetichiza todo lo que tenga que ver en México en su obra; las primeras escenas lo dejan en claro: mariachis tocando con trajes adornados por luces y el icónico tema de “Se compran, colchones…” sonando a continuación inmediatamente revelan las intenciones de adentrarnos en un mundo irreal moldeado a partir de una cultura ajena. En resumen, su trabajo se siente como entrar a un parque temático estadounidense con una sección entera dedicada a México, con balazos y muertos incluidos. Apropiación en su máxima expresión.

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Imagen: Why Not Productions, Page 114, Pathé, France 2 Cinéma, Saint Laurent

A partir de esa raíz tóxica surgen otra variedad de cuestiones igual de alarmantes. Rita (Zoe Saldaña), una de las protagonistas, aparece como la supuesta brújula moral de esta historia, pero sus acciones mandan mensajes contradictorios todo el tiempo, desconcertando con su supuesta resistencia a la corrupción y a la violencia, pero al mismo tiempo aceptando dinero sucio para financiar su organización y reuniendo a un equipo armado al final para llevar a cabo un rescate. En su pretensión por matizar a su personaje, Audiard solo crea confusión.

Lo mismo hace con el personaje titular (Karla Sofía Gascón), un narco que cambia de sexo y de vida para transformarse en una “mejor persona”. Su representación tan simplista de la transición es ofensiva en muchos niveles; “Cambiar el cuerpo para cambiar el alma, y luego cambiar la sociedad” es su supuesto discurso, el cual condensa en bajar un interruptor para, mágicamente, llevar a su protagonista hacia la luz. Pero eso no es todo, pues los desplantes que tiene Emilia Pérez más adelante en la trama, en los que pareciera que adopta de nuevo su identidad masculina, envían cualquier cantidad de señales erróneas al respecto.

La cinta, además, se atreve a desarrollar una subtrama romántica prácticamente de la nada. Adriana Paz, por más que no lo haga mal, apenas y tiene impacto en el relato.

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Imagen: Why Not Productions, Page 114, Pathé, France 2 Cinéma, Saint Laurent

Para ser un musical, solo dos o tres canciones resultan memorables, pero no por su calidad artística, sino por sus letras tan burdas (recitadas en lugar de ser cantadas), métricas inconsistentes, rimas básicas y una mezcla de géneros que, más allá de ser interesante, se siente como un intento por abarcar todas las modas actuales, desde el reguetón hasta el pop.

Audiard ha clamado que nunca intentó representar la realidad, pero ¿entonces por qué utilizar frases como “valiendo madre”, “pendeja”, “lencha” o “puto” en cada oportunidad que tuvo?; ¿por qué recrear colonias enteras hasta con sus antenas de VeTV?; ¿por qué convertir un set en un tianguis? El cineasta, claramente, investigó solo lo que le convino y lo que le resultó “chusco”. Más superficial, imposible.

Pero fuera de los acentos graciosos, las malas canciones, las ofensas y la pobre representación mexicana, Emilia Pérez es una terrible película, lo cual queda claro con un montaje irregular, personajes planos y un estilo derivativo que a muchos fans de Almodóvar les debe de molestar. Con ella, Audiard se da una palmadita en la espalda y se proclama involuntariamente como el salvador blanco que las élites adoran adorar.

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