Alejandro González Iñárritu es uno de los referentes actuales del cine mexicano. Aunque su obra se haya distanciado ya de la órbita nacional, esta no deja de ser por demás interesante, cautivadora y sumamente intrépida.
Si bien su filmografía puede ser contada con los dedos de una mano, estamos todavía por ver una mala película del mexicano. Cada una ha tenido sus puntos fuertes y débiles, pero absolutamente todas han recogido algún tipo de reconocimiento en distintas partes del mundo. Hoy, con Birdman (o la Inesperada Virtud de la Ignorancia), Iñárritu se afianza no solo como uno de los cineastas nacionales por excelencia, sino como uno de los narradores más astutos del panorama cinematográfico.
Birdman utiliza varios dispositivos narrativos y técnicos que la vuelven exquisita y sumamente interesante. Iñárritu nos adentra en esta historia que gira alrededor de Riggan, pero también nos pone dentro su mente y nos deja ver de cerca cómo este poco a poco comienza a percibir cómo su realidad se diluye peligrosamente con el trabajo de ficción que está montando. La metanarrativa aquí expuesta permite crear un mundo altamente familiar al nuestro, con todas esas referencias a los actores que algún día seguro pasarán por esta situación, y al mismo tiempo uno surreal, en donde Riggan posee una misteriosa habilidad telequinética y Birdman le habla constantemente. La historia dentro de la historia es el pequeño y doloroso descenso de Riggan hacia la profundidad más exasperante del vacío en el que vive.
Por otro lado, Iñárritu se vale ahora de la maestría técnica de Emmanuel Lubezki para contar esta historia con la que, como mencionó en una reciente entrevista, pretende mostrar la vida misma, sin cortes y tal como nosotros la vemos. Para los todavía expectantes, Birdman es, a primera vista, una película de una sola toma de casi dos horas de duración. Además del gran trabajo de el “Chivo”, el cual trata de resaltar la inmunda intimidad de cada uno de los personajes, es también la edición la que permite que una obra así tenga coherencia, cohesión y un sentido más allá del que unir secuencias para hacerlas parecer como una sola. La osadía de Inárritu resulta un agasajo visual y un ejercicio cinematográfico que llama bastante la atención. Los puritanos podrán tener sus objeciones, pero ¿está atentando realmente el director contra el arte mismo? Cada quien tendrá su propia opinión, lo que es seguro es que el mexicano ha encontrado la manera de justificar este recurso al jugar con el tiempo y el espacio de una forma muy inteligente. En conclusión, la fotografía y la edición de la cinta nos permite no perdernos de un solo detalle: las reacciones, los alrededores, las ropas, los diálogos, lo que ocurre al mismo tiempo en otro sitio, etc… Estamos ante una obra excepcionalmente coreografiada y verdaderamente inmersiva.
Para finalizar este apartado de los dispositivos narrativos que utiliza Iñárritu, hay que mencionar el de la cuarta pared y de ese momento en el que Birdman, cuando hace su gran aparición, parece hablarle directamente al público. Burlándose de sí mismo, el director juega con nosotros al sacar al superhéroe y decirnos que nada de lo que estamos viendo tiene sentido alguno. Viéndonos de frente, nos colocamos en los zapatos de Riggan y es aquí donde comenzamos a preguntarnos ¿qué es lo que realmente la gente quiere que nosotros: conocernos de verdad o simplemente esperar a que nos volvamos “virales”? Birdman representa esa voz que nos dice: “sí, vuélvete viral, haz eso de lo que todo mundo hablará”. Riggan busca algo más allá del nihilismo que lo rodea, toda su vida ha estado centrado en su ego; pero ahora, en el ocaso de carrera, nuestro protagonista busca un verdadero tipo de trascendencia.
Otro de los aspectos que hay que destacar es la música. Compuesta casi en su totalidad por un performance de batería, a cargo del mexicano Antonio Sánchez, el score cae como un anillo al dedo por varias razones. Las piezas de jazz del baterista cumplen un papel tanto diegético como extradiegético. Fuera de la historia, estas parecen que siguen las acciones de los personajes de cerca y reaccionan ante cada uno de sus movimientos. De manera muy astuta, hay momentos en que esta se vuelve diegética haciendo énfasis en esa intensa vibra urbana a la que están sujetos los personajes, en especial Riggan. La música de Sánchez también logra aportar bastante cohesión a todas las escenas y termina por marcar la pauta de lo que está pasando y lo que apenas está por ocurrir.
Birdman es un relato de la modernidad. En una era en la que las redes sociales dirigen nuestra vida, una obra como esta resulta más que fundamental para entender el comportamiento de un sociedad ávida de contenido y tan absorta en cosas como ver un video de un actor caminando en calzones por Times Square. El enfoque posmoderno de la cinta nos deja ver el vacío en que el que viven cada uno los personajes: Mike (Edward Norton), viviendo una retorcida realidad en la que no puede ser él mismo a menos de que esté fingiendo ser alguien más; Lesley (Naomi Watts), buscando desesperadamente la aprobación de un grupo de desconocidos; y Sam (Emma Stone), la que parece más cuerda de todo el elenco, tratando de encontrar un sentido a la vida más allá de las drogas y las banalidades de la vida.
SPOILERS ADELANTE
El final es algo para ponerse a pensar por días. Cuando finalmente Riggan ha sucumbido ante la presión, este decide darse un balazo en la cabeza frente a todo el público en el día del estreno de la obra. Por supuesto, Riggan es un hombre al que nada le sale bien, por lo que tratar de suicidarse no debería de ser la excepción. Postrado en una cama, relevante nuevamente para la farándula, y extrañamente también ahora para la escena artística, Riggan tarda unos minutos en asimilar la situación. ¿Sigue ahí el vacío? Todo mundo habla de él y los críticos celebran el supuesto nuevo genero teatral que acaba de crear con su actuación. La voz de Birdman se ha callado por fin, ¿Qué sigue entonces para él? ¿Se ha liberado finalmente de su frustración? Es difícil poder establecer el desenlace de Riggan al desaparecer por la ventana de su habitación del hospital y no estar del todo seguro de que se precipitó por el vacío o que se ha ido volando, tal y como la última toma nos lo hace pensar, pero lo que uno puede deducir, tomando en cuenta todo lo escrito anteriormente, es que Riggan se ha negado una vez más, ahora como posible artista, tal y como lo hizo anteriormente cuando se negó a hacer una nueva entrega de su adorada franquicia, negando seguir siendo una celebridad más. Así, Riggan ha terminado afirmando no solo su papel como celebridad de la farándula, sino como un artista reconocido por la crítica. Sin embargo, el vacío sigue ahí. Al ver por la ventana, Riggan ve la libertad de las aves, aquellas de las que todo mundo habla simplemente por ser aves. La existencia de Riggan todavía carece de sentido. Que un grupo de desconocidos estén prendiendo veladoras por él o que una crítica de pacotilla a la que todos veneran ahora lo catalogue como el artista por excelencia del siglo XXI le resulta una completa y rotunda falacia. Por eso, Riggan se entrega a ser simplemente Riggan, pero del que nadie nunca hablará. “Una cosas es una cosa, no lo que se dice de esa cosa”. La negación de la negación de Hegel resulta aquí más que pertinente.
Riggan es un hombre que goza de la inesperada virtud de la ignorancia. A pesar de su enorme egocentrismo, el actor se mantiene ajeno a ciertos aspectos de la voracidad de una época como la nuestra, inocente todavía de alguna forma. Facebook y Twitter son cosas absolutamente sin sentido para él, pero cuando se vuelve una estrella viral, este ha perdido toda la inocencia y la fe en lo poco en lo que creía, ha dejado de ser ignorante en un mundo que ahora lo comerá vivo. Él solo se ha metido en la boca del lobo.
Para los que ya han visto Las Nubes de María, todo el tema les resultará familiar: un actor que vive de su éxito de antaño se reencuentra una vez más con eso que lo hizo famoso. Ambas tratan de desfragmentar la personalidad del protagonista lo más posible y buscan igualmente establecer la relación que existe entre el arte y el entretenimiento en la época actual, una que genera un eterno debate. Olivier Assayas, aunque con un enfoque mucho más romántico, e Inárritu, con una perspectiva un tanto depresiva, nos dejan en claro que el mundo de la farándula y el arte son lugares difíciles de transitar.
Birdman es, y aunque suene atrevido, la mejor cinta de Alejandro González Iñárritu. Uno de sus trabajos más personales hasta el momento resaltan su calidad como cineasta y como narrador. Es un hecho que su nueva obra recibirá gran cantidad de premios, incluidos seguramente algunos Óscar, y que seguirá dándonos bastantes horas para pensar por mucho tiempo más.