Ah, los 2000… La época en la que la ansiedad que causan las redes sociales se hizo presente por primera vez en nuestra vida, abriendo todo un nuevo abanico de posibilidades y problemas. La década, por supuesto, se ha convertido en lo que fue para esta los 80, principalmente en el cine, donde películas como Dìdi (2024) recrean una serie de sentimientos y estados de ánimo que nos devuelven a una época en la que, aparentemente, todo parecía más sencillo. El director debutante Sean Wang se inspira en sus propias vivencias como un descendiente de inmigantes taiwaneses tratando de sobrevivir su adolescencia en la California de 2008— principio del auge del Internet— para concebir un lindo y muy honesto coming-of-age.
Valiéndose de actores primerizos o inexperimentados, a excepción de la gran Joan Chen como la madre, Wang consigue captar la naturalidad que este tipo de historias requieren para consiguer que el espectador se identifique de forma orgánica. Pero, a diferencias de otras cintas, el joven cineasta nos presenta a un protagonista apático, poco auténtico, opaco y hasta hostil. En esta especie de alter ego —encarnada por Izaac Wang—, Wang da rienda suelta a sus frustraciones juveniles; con él no pide que sintamos compasión o simpatía, si no más bien que lo acompañemos en un viaje de autodescubrimiento, el mismo en el que cada uno se embarcó a esa edad. Al final, Chris, el chico en cuestión es como un viejo conocido con el que recordamos una época entera. Su esencia recuerda a la del bueno para nada M en Cómo Ser Millonario Antes de que Muera la Abuela (Lahn Mah, 2024), un joven en conflicto con su familia que poco a poco entiende su rol en ella.
Pero Dìdi va más allá del enojo adolescente. En primer lugar, Wang aprovecha sutilmente a Chen para ahondar en los sueños rotos y las promesas de la inmigración. La veterana actriz logra transmitir la desolación de una mujer que soñaba con ser más que una ama de casa que debe cuidar a sus hijos y a su suegra. El guion nos permite entender el dolor interiorizado de una madre que, a pesar de todo, daría lo que fuera por proteger a los suyos. No hay duda de que el director rinde aquí un homenaje no solo a su mamá, sino a todas aquellas que funcionaron o funcionan como el soporte de una familia que se mantiende unida incluso en los momentos más críticos. La aparente mala relación entre Chris y su madre habla sobre ese resentimiento interno que hace falta expulsar para alcanzar la reconciliación.
La cinta encuentra un buen balance entre drama y comedia. El viaje en busca de una identidad de Chris da como resultado una serie de graciosos momentos relacionados, principalmente, con las incipientes redes sociales. ¿Cuántas veces no cambiamos nuestros amigos principales en MySpace después de un desencuentro?; ¿cuántas veces no aparentemos conocer algo solo para impresionar a los demás?; ¿cuántas veces no hicimos el ridículo durante la adolescencia? Wang no se burla de su protagonista, más bien lo arropa y lo introduce en una serie de situaciones muy comunes salpicadas de una inocencia que nos resulta muy familiar. El tema de las patinetas, además, hace que la veamos como una especie de secuela espiritual de En los 90 (Mid90s, 2018).
Dìdi bien podría ser la contraparte masculina de Lady Bird (2017), aunque sería restarle mérito al trabajo de Wang, que se muestra valiente al abrirse emocionalmente en su ópera prima. Este ejercicio, por otro lado, funciona como un retrato de la experiencia asiática en Estados Unidos, caracterizada por un extraño sentido de pertinencia, una asimilación forzada e inacabables oleadas de racismo, tal y como Minari (2020) lo volvió a poner sobre la mesa hace unos años. Ganadora en el Festival de Sundance y nominada en varias entregas de premios, he aquí una muy valiosa película acerca del costo de la maduración y, efectivamente, los amigos que hacemos en el camino.
Dìdi está disponible en Max.
