Hace más de una década, el británico Gareth Evans entregó dos de los filmes de acción más celebrados en lo que va del siglo: La Redada (The Raid, 2011) y su secuela. Después de eso, entabló una relación con Netflix que dio como resultado Apóstol (Apostle, 2018) y ahora Estragos (Havoc, 2025), un brutal neo-noir que apuntala el distintivo estilo del cineasta (basado, principalmente, en vistosas batallas cuerpo a cuerpo), pero que deja ver también cierta influencia de los mandatos creativos de la plataforma, lo que arroja una película mediocre lastimada tanto en lo visual como en lo narrativo por lo ya mencionado.
Estamos ante una clásica historia de detectives: un policía corrupto claramente con problemas psicológic0s debe salvar al hijo de un político y, en el proceso, lo que queda de sí. Evans, claro, echa mano del alguien quien tiene escrito este papel en el rostro: Tom Hardy. La elección podría emocionar a sus fans, principalmente cuando lo vemos asesinar de todas las formas imaginables a un ejército de sicarios; sin embargo, el popular actor, en su plena zona de confort, parece estar en piloto automático; el camino hacia la redención del protagonista no es interesante, y aunque el guion es el principal culpable, Hardy no contribuye en lo absoluto.

El resto del elenco tampoco ayuda; Forest Whitaker, como un candidato a alcalde en apuros, apenas y aparece; y Timothy Oliphant, como otro policía corrupto, se ve perjudicado por una trama genérica con antagonistas y antihéroes que hacen justamente lo que esperaríamos de ellos. Tenemos, claro, a la oficial que desea hacer el bien, villanos orientales y jóvenes en el momento y lugar equivocados; prácticamente, Evans se deja llevar por todos los clichés del thriller tratando de emular las películas de crimen de Hong Kong de finales de los 90 y principios del nuevo siglo.
Otro aspecto bastante cuestionable de Estragos es el uso extensivo de CGI. La cinta comienza con una persecución en automóvil creada enteramente por computadora y que parecen escenas extraídas de un videojuego bastante viejo. Luego, los exteriores, cuando hay tomas abiertas, son estilizados igualmente con este recurso sin ninguna razón aparente. Está claro que Evans apela a la exageración cuando nos sometemos a su frenética estructura soportada por una cámara en mano que se mueve súbita y constantemente; pero, aun así, el exceso no convence siempre, y menos cuando ni siquiera hay tantas secuencias de acción de por medio —aunque la última sí es notablemente electrizante—.

Estragos tiene gore y una gran cantidad de impactantes muertes, pero la emoción brilla por su ausencia. Si hay algo que la más reciente entrega de John Wick hizo es mantener al espectador al filo del asiento tanto con sus espectaculares secuencias de combate como con el viaje emocional de su protagonista; aquí, a nadie le importa realmente qué pasa con el detective encarnado por Hardy ni ninguno otro de los personajes. Al final, la intención de combinar un thriller criminal cercano a los de Michael Mann con la esencia de las cintas hongkonesas y unos visuales casi de videojuego —que pretenden incluso fusionar a Gótica, con por ejemplo, Night City, de Cyberpunk 2077— falla rotundamente.
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