Hace un año, Alex Garland defraudó —hablamos por nosotros— con la tibia y sensacionalista Guerra Civil (Civil War, 2024); ahora, el director redobla esfuerzos —para mal— y vuelve con otra cinta de trasfondo bélico. “¿Por qué?”, exclama con angustia un personaje en los últimos instantes de la película, y justo eso es lo que nos preguntamos una vez que comienzan a salir los créditos: ¿cuál es el propósito de un filme que pretende emular la realidad con una hora y media que parece sacada de un título de Call of Duty? Hay varias posibles respuestas, pero ninguna parece satisfactoria.
Lo rescatable de Tiempo de Guerra (Warfare, 2025), sin duda, tiene que ser el apartado técnico. Así como en su trabajo anterior, Garland reúne a un gran equipo para crear una experiencia inmersiva que apela a los sentidos; lo sonoro, por ejemplo, se vuelve elemental. Destaca un momento en particular en que todos los sonidos que perciben unos soldados asediados durante una operación fallida en la Guerra de Iraq se conjuntan en una intempestiva cacofonía que resulta opresiva, y eso es justo a lo que Garland y su codirector el veterano Ray Mendoza apelan: atormentar al espectador por medio de distintos recursos para crear la “película más cercana a lo que realmente significa estar en combate”.

Pero, de nuevo: ¿cuál es el punto de recrear lo que vemos en redes, las noticias o en cualquier cantidad de videojuegos? Quizá el filme no puede ser considerado propaganda como tal, pues muestra cierta torpeza y hasta vulnerabilidad en los soldados estadounidenses; quizá el objetivo de Garland y Mendoza es humanizar a estos individuos; sin embargo, ni siquiera eso logran, pues la carencia total de arcos dramáticos y una historia en sí los convierte en piezas móviles al servicio de una experiencia virtual obsesionada con lo real —como así lo deja de ver un montaje final que compara a los actores con sus contrapartes reales—.
Y luego está el problemático punto de vista. La cinta nos sitúa en una jornada de extremo estrés para un grupo de soldados estadounidenses, y al margen se mantiene una familia iraquí cuya casa ha sido tomada para ser utilizada como nido de francotirador. Tiempo de Guerra no se molesta en ningún momento en explorar los sentimientos de personas cuya soberanía y paz les fueron arrebatadas así sin más. Garland y Mendoza claman basarse en los recuerdos de los involucrados en esta operación en la vida real, pero, definitivamente, se olvidaron de lo único que importaba: la voz del oprimido.

Es un hecho que Tiempo de Guerra —que podemos catalogar como una sucesora espiritual de La Caída del Halcón Negro (Black Hawk Down, 2001), sobre todo por su naturaleza conservadora— maneja bien la tensión; y con un apartado técnico impecable, Garland demuestra una vez más ser un gran director de género en este sentido. Desafortunadamente, como escritor ha venido bastante a menos desde Men: Terror en las Sombras (Men, 2022), y la tibieza con la que se ha manejado desde su producción anterior manifiestan una inquietud por no querer molestar al sistema y simplemente cumplir con las expectativas políticas y de entretenimiento más convencionales. Quizá los guiños a un posible retiro de su parte sean ya lo más conveniente.
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