En Grand Tour (2024), presente y pasado se funden en un experimento vanguardista que propone una inmersión en el continente asiático a través del monumental viaje de Edward (Gonçalo Waddington), un funcionario del Imperio Británico que deja plantada a su novia el día de su boda y escapa, forzando a esta última a seguirle sus pasos. El director Miguel Gomes nos sitúa ante un reto cinéfilo muy singular cuya recompensa podría ser no suficiente para cualquiera. He aquí una exploración no convencional del colonialismo que, a pesar de ideas audiovisuales brillantes y un despliegue técnico notable, se ve sobrepasado en distintas ocasiones por sus propios recursos narrativos.
Ganadora del premio a Mejor Dirección en la pasada edición del Festival de Cannes, Grand Tour se presenta como un drama de aventura con ciertos aspectos de comedia screwball, que apelan al cine clásico silente, y que depende bastante de la narración en off. Si bien este elemento también juega un papel importante al tratarse de narradores no confiables, las constantes intervenciones explicativas no ayudan siempre, pues hacen que la historia se sienta pesada. Por otro lado, Gomes apela a lo teatral; los sets —que los fans de Wes Anderson sentirán como suyos— nos transportan al pasado, y la puesta en escena toma casi todo prestado de la dramaturgia. Es en estos momentos cuando la película se torna más disfrutable.

Gomes recurre también a un enfoque cuasi documental para sostener su discurso sobre el colonialismo en Asia. Lo anacrónico emerge cuando aparecen largos clips de la vida urbana en distintas ciudades asiáticas; el material se yuxtapone constantemente a la travesía de los protagonistas, lo que crea una disonancia temporal que parece señalar lo que Europa cree conocer sobre tierras de las que solía ser dueñas. El recurrente cambio de idiomas en la narración y la condescendencia de los protagonistas y sus acompañantes blancos apuntan a una desconexión social importante.
Si bien es cierto que el guion coescrito por Gomes no pretende desarrollar a Edward ni a su novia Molly (Crista Alfaiate), su presencia en la trama se torna un tanto frustrante. Mati Diop y Nelson Carlo De Los Santos —en Dahomey (2024) y Pepe (2024), respectivamente— mezclaron el documental con la ficción de una forma más ingeniosa, ya sea construyendo otro tipo de personajes metafóricos o desplegando pequeñas narrativas sobre los habitantes de otras tierras en Sudamérica o África. La exotización aquí se siente un poco más marcada; que el director y los demás escritores estén conscientes de ella realmente no los exime.

De cualquier manera, Grand Tour seduce con su granulada, fascinante y misteriosa fotografía —el gran Sayombhu Mukdeeprom, que trabajó hace poco en La Trampa (Trap, 2024) y Queer (2024), es uno de los responsables de ella—, sus absurdos pero divertidos anacronismos —sobre todo en el aspecto sonoro— y la intención de juntar realidad y ficción. Es difícil pasar por alto la visión blanca del filme, así como el exceso de narración, pero no hay duda de que Gomes y su equipo intentaron hacer una mezcla interesante que lucha contra la falsa nostalgia con su montaje, ideas y situaciones.
Grand Tour está disponible en MUBI.