En Goya (2022), y la vida misma, la cotidianidad es tanto un refugio como una jaula. Encerrados en un pequeño departamento de una vecindad, los hermanos César y Mateo se enfrentan a la precariedad y el aburrimiento con cualquier cosa que tengan a la mano. Abajo, encerrada en un patio, una perrita recibe con gusto sus palabras de cariño y lo que tengan de comer. Los tres sobreviven el abandono y la desolación. En su ópera prima, el cineasta tapatío Pablo Orta captura lo opresivo de lo cotidiano y la unión familiar como un bálsamo para contrarrestarlo.
Orta entrega una sencillísima historia sobre un joven y un niño que, a las puertas de un gran cambio en sus vidas, inesperadamente tienen que salvar a una perrita que un vecino desconsiderado dejó encerrada en un diminuto patio. Apelando a un minimalismo tanto visual como narrativo para sortear el obstáculo de un limitado presupuesto, el director y su equipo se adentran en las entrañas de una gran urbe como Guadalajara para retratar las injusticias existenciales con las que tenemos que lidiar día a día, y que nos hacen elegir entre lo correcto y lo fácil.
Aunque con un guion discreto, Orta consigue expresar honestidad y corazón. Sus personajes se sienten genuinos, y el toque de ligera comedia permite que los conozcamos más allá de la situación tan frágil en la que se encuentran. Dos subtramas, una familiar y otra delincuencial, expanden la visión que tenemos de uno de los hermanos. La primera funciona mejor que la segunda, pero ambas contextualizan el estado de animo de un hombre que se debate constantemente entre el alivio inmediato y la verdadera satisfacción como individuo.
Goya puede leerse como un coming-of-age —recuerda un poco a Güeros (2014) e incluso a la reciente Corina (2024)— acerca de la asimilación del duelo. El relato pronto establece una conexión entre la difícil labor de salvar a un perro y la imposibilidad de recuperar a un ser querido fallecido. Este luto que viven los protagonistas los separa al principio, pero más tarde se convierte en el elemento que los une a través del encargo que ellos mismos se han impuesto. La asimilación del dolor, entonces, se vuelve núcleo de este drama.
Orta podrá no haber concebido los diálogos más brillantes, pero en su primer esfuerzo como cineasta demuestra una buena sensibilidad para desarrollar en la intimidad una profunda esencia mexicana —tanto en lo bueno como en lo malo— con la que resulta sencillo identificarse. Apoyado de una fotografía efectiva, actuaciones cumplidoras y una muy linda interpretación canina, el incipiente cineasta mexicano atina con una bonita historia sobre aprender a mantenernos juntos pase lo que pase.
