Para sorpresa de absolutamente nadie, el remake live-action de Blanca Nieves (Snow White, 2025) es otra abominación mayoritariamente animada de Disney que demuestra una vez más que el estudio está empeñado en destruir sus clásicos con versiones nuevas desprovistas de entretenimiento, gracia y, sobre todo, alma. He aquí otra película que, independientemente de que sea un éxito de taquilla, nos recuerda la mediocridad de la que vive la Casa del Ratón desde hace mucho tiempo.
Podemos empezar por lo único rescatable: Rachel Zegler. Se nota el compromiso y seriedad de la actriz a pesar del desastre que se desenvuelve alrededor de ella. Aunque el guion la construye como un personaje plano y poco atractivo desde lo psicológico, Zegler se mete en el papel y proyecta muy bien lo que significa ser una princesa Disney. El concepto es anticuado, sí, pero funciona dentro de los estándares. Para nada es una actuación sobresaliente o algo por el estilo, pero sí lo único que invita a soportar el suplicio que significa el resto del filme.
Lo peor de Blanca Nieves, sin duda, es lo artificial que se ve todo; cuesta trabajo involucrarse en un mundo digital en el que el CGI no convive del todo bien con el live-action. Disney en verdad sufre mucho en este aspecto; debería tomar nota de lo que hacen cosas como Wicked (2024), que aunque no es perfecta, sí que logra que su universo se sienta más palpable. Aquí, los enanos son material de pesadilla, y los fondos virtuales nunca ofrecen profundidad. Mufasa: El Rey León (Mufasa: The Lion King, 2024) al menos se ve mejor.
Y luego está Gal Gadot, cuya extravagante actuación está en un tono completamente distinto al de la cinta. La polémica actriz no convence como la reina maligna, y es solo distante su primer número musical exclusivo que su presencia más o menos se acerca al papel de villana que la historia necesitaba. Irónicamente, su personaje trasciende la pantalla grande para mal con ese paralelismo que se ha entablado con su figura política en la vida real.
El desenlace no puede ser más decepcionante; la resolución es ridícula, incluso para la caricatura que propone la trama. Al final, los enanos, el líder rebelde y demás son accesorios que impactan muy poco en la narrativa, que también no duda en desplegar un discurso antifascista que se siente completamente falso. Los números musicales tampoco ayudan, pues resulta complicado recordar la mayoría.
Disney realmente no aprende. Quizá las cosas se enderecen tantito con el remake de Lilo y Stitch (Lilo & Stitch, 2025), pero el futuro luce negro para la compañía artísticamente hablando.
