“No lo ves porque estás dentro del sistema”, vocifera una de las hijas de un hombre que, efectivamente, ha sido absorbido completamente por un régimen totalitario, convirtiéndose, inadvertidamente, en un perpetuador de la misoginia, la violencia y la represión. En La Semilla del Fruto Sagrado (Dāne-ye anjīr-e ma’ābed, 2024), tal y como asemeja en su cita inicial sobre el ciclo de vida de la ficus religiosa, un sistema solo se mantiene en pie ahorcando y tomando el control.
Mucho se ha hablado ya de que Mohammad Rasoulof arriesgó su vida al filmar esta película; tuvo que hacerlo en secreto para evitar ser detenido por el gobierno, que lo tenía marcado como “disidente”. Su más reciente trabajo, por supuesto, es un ataque directo al sistema legal, al patriarcado y a la teocracia que rige la existencia de los iraníes, especialmente de las mujeres, sometidas, entre otras cosas, con el uso del hiyab.

Rasoulof, alimentado por las protestas sociales tras la muerte en custodia de la policía de una mujer llamada Mahsa Amini (de hecho los acontecimientos se desenvuelven alrededor de estas, e incluyen una desconcertante selección de material de archivo), construye un thriller cuyo ingrediente principal es la paranoia, representada aquí casi como una forma de vida. A través de la historia de Iman, un hombre recién ascendido en la corte revolucionaria, nos introducimos en lo más turbio del aparato político, religioso y judicial del gobierno. Cuando pierde el arma que le entregaron para defenderse, las lealtades familiares son puestas a prueba.
La primera parte de la cinta transcurre dentro del núcleo familiar de Iman, representativo de la clase media iraní. Resulta interesante poder dar un vistazo no solo a la dinámica familiar, sino a las profundas diferencias generacionales; a pesar de que las hijas —que recuerdan a la protagonista de Persépolis (Persepolis, 2007) gozan de un buen nivel de vida y educación, el sentimiento de decepción en los padres por la incipiente conciencia social de sus hijas es latente. Rasoulof lleva esta confrontación hacia un terreno escabroso y hasta incómodo; las escenas en que las jovencitas deben rendirse a un interrogatorio son inquietantes. Pero nada prepara al espectador para lo que aguarda en el tercer acto.

Si bien es cierto que el final se deja arrastrar un poco por el efectismo, el director encuentra en él una manera de que su punto se quede grabado en el público. La metáfora no es del todo sutil, pero el hecho de experimentar varias secuencias que recuerdan lo más oscuro de El Resplandor (The Shining, 1980) despiertan un profundo malestar.
Con este filme, Rasoulof pinta el panorama social que vive un país afligido, cuyas viejas generaciones creen mantener en pie a través de prácticas tan arcaicas como brutales. La contaminación viene de raíz, pero la esperanza siga viva en una juventud en busca de cambio, y en ese pequeña pero pulsante duda, en este caso, de la padre y la madre, de que están en el lado correcto de la historia.
[…] —la narrativa guarda mucho en común con la también nominada a los Premios de la Academia La Semilla del Fruto Sagrado (Dāne-ye anjīr-e ma’ābed, 2024)—. Lo más sorprendente de la actuación de la brasileña es […]