
En La Cumbre Escarlata, del Toro nos adentra en un mundo gótico genialmente respaldado por un diseño de producción impecable. Las locaciones, los atuendos, los props y los sets emanan fastuosidad absoluta. El cineasta sigue siendo un maestro para construir esos espacios que parecen salidos directamente de una pesadilla o de los sueños más oscuros. La fotografía tampoco se queda atrás, pues esas escenas en donde la nieva contrasta notablemente con el rojo sangre de la arcilla son sencillamente esplendorosas. De igual manera, los claustrofóbicas momentos en la bañera y en los pasillos de la casa son capturados tan eficazmente que los convierten en los mejores de la cinta. Los efectos especiales, desplegados principalmente en la creación de los fantasmas, son también dignos de mencionar, ya que las criaturas digitales llevan el sello del Toro a pesar de no ser tangibles. Desafortunadamente, toda la dedicación en el aspecto técnico brilla por su ausencia en la narrativa. En pocas palabras, el mexicano se ha dejado llevar por la superficialidad.
Y está la gran polémica de los elemento sobrenaturales de la cinta. Por algunos instantes no queda del todo claro lo que del Toro estaba tratando de hacer. Aunque los fantasmas parecían ser una de las grandes temáticas de la trama, estos apenas y se dejan ver; su participación es mínima, irrelevante y hasta confusa. En un comienzo, el fantasma de la mamá de Edith le advierte de la manera más tétrica posible sobre la Cumbre Escarlata, pero ¿para qué hacerlo de esta forma? Más adelante, algunos espectros acechan a la joven en la gran mansión ¿la razón? Ninguna en absoluto. ¿Por qué torturar a una chica que está por sufrir su mismo destino y no a las responsables de su muerte? Estos planteamientos quedan en el aire y lo único que nos hacen pensar es que se trataron simplemente de un pretexto para que del Toro diera rienda suelta a su creatividad visual.
Mediocre podría ser el adjetivo más adecuado para describir esta película. Aunque del Toro trata de evocar a Poe y Lovecraft con su casa embrujada y una historia de asesinato detrás, lo único que logra es hacernos sentir incómodos al ser testigos de ciertas ridiculeces, como la escena sexual entre Hiddleston y Wasikowska, cuya química es nula, o la estereotípica caracterización de Charlie Hunnam como un apuesto caballero que va en busca de la damisela en peligro. Ni siquiera los inesperados destellos de violencia gráfica logran captar nuestra atención positivamente. Todo se reduce a sustos baratos, giros de tuerca forzados y al impacto visual. ¿Alguien más cree que del Toro se inspiró en Bioshock Infinite para la escena del homicidio en los baños?
A la mente nos vienen dos obras que sí han logrado capturar la esencia de lo gótico más allá de lo aparente para el ojo. En Solo los Amantes Sobreviven, estelarizada también por Hiddleston y Wasikowska, Jim Jarmusch nos presenta un panorama contemporánea totalmente influenciado por este estilo, además de plantear con exactitud el tema de la muerte y la inmortalidad. Por otro lado ,tenemos la serie de Penny Dreadful, magistralmente ambientada y protagonizada por figuras de la literatura gótica. En ella, los personajes realmente enganchan a uno gracias a sus profundos conflictos y los peligrosos romances que entablan los unos con los otros. En La Cumbre Escarlata, del Toro se conforma con una niña mimada, un poco atractivo noble en bancarrota, una psicópata de la que nunca conocemos su razón ser.
Desde el principio, el director nos advierte a través de Edith que estamos en una historia de amor con fantasmas, pero nunca nos imaginamos que podría llegar a ser tan aburrida, tediosa y ridícula. Es una pena que del Toro que, a pesar de insertar algunas buenas referencias a sus trabajos anteriores, como El Espinazo del Diablo y Mimic, haya dejado de contar relatos que valgan la pena. Es cierto que La Cumbre Escarlata guarda algunas similitudes con sus mejores trabajos, como lo son los que hecho en España, pero uno no puede dejar de pensar en que quizá es tiempo de que se mueva hacia otro lado, aquí ya no tiene nada más que mostrarnos.