Steve Jobs fue una figura que nunca pudo escapar de la controversia. Como co-fundador de una de las empresas más exitosas de la era del capitalismo, Jobs cambió radicalmente el panorama tecnológico de la sociedad contemporánea. Por supuesto, este cambio puede ser visto con ópticas radicalmente opuestas. Algunos podrán clamar que sus idea e invenciones acercaron a la gente cosas que solamente eran sueños imposibles hace unos años; para otros, sus diseños no son más que dispositivos con obsolescencia programada y que únicamente sirven para obtener cierto estatus social. El debate está ahí, pero esto no es lo que nos interesa. Tampoco a la cinta que lleva su mismo nombre, pues a pesar de llevarnos por la vida de tres momentos cruciales de su vida como maquiavélico inventor, Steve Jobs es en realidad una brillante construcción narrativa de un complejo e imperfecto personaje.
Cada uno de los actos viene acompañado con una notable urgencia. Mientras Job enfrenta sus problemas tras bambalinas, el tiempo corre amenazando con llegar a la hora pactada del comienzo del evento. Sorkin no solamente agrega tensión a un hecho que podría parecer banal, sino que llega a ser tan grande que pareciera que algo más que empezar puntual está en juego. De igual manera, toda la acción ocurre en el mismo lugar en cada secuencia. Las claustrofóbicas tomas en corredores y pequeños cuartos nos recuerdan a Birdman de alguna manera, que aunque no cuenten con el nivel técnico de esta, sí que logran insertarnos en una pequeña burbuja que podría estar a punto de explotar.
Pero el guión es lo que está en el papel y es Fassbender quien se encarga de ejecutar las líneas de Sorkin con un nivel histriónico impresionante. El tipo se pierde realmente en lo que está haciendo. No estamos viendo a Steve Jobs ni a Michael Fassbender, sino a un obsesivo, manipulador, obstinado y sádico hombre que hará lo que sea para dejar su nombre escrito en letras de oro. Haciendo un genial equilibrio entre lo físico y emocional, el actor logra atraparnos clamando por saber qué es lo que hará a continuación. “¿A quién denigrará ahora?”, pensamos Esa malicia que emana resulta sumamente cautivadora. Sus movimientos, ademanes y gestos canalizan la enorme ola de pensamientos y emociones que hacen de su personaje algo realmente creíble. Los demás igualmente hacen un excelente trabajo, sobre todo Winslet, quien encarna al súbdito más fiel de Jobs, pero también a su confidente y esa potente voz que le ayuda distinguir entre el bien y el mal, o una retorcida visión de ello.
Quizá quien deja su huella de una manera más sutil es Boyle, pues Steve Jobs es probablemente su trabajo menos estilizado hasta el día de hoy. El sobrio enfoque le deja poco espacio para aportar sus ideas, pero hay escenas y montajes en donde indudablemente podemos ver su toque visual. La selección musical también nos recuerdan de que está ahí. La aparición de clásicos de los Libertines o de Bob Dylan vuelven a mostrar no solo que tiene un excelente gusto musical, sino que es un maestro para saber dónde y cómo insertar las canciones. Pero habrá que darle crédito también por haber sacado increíbles actuaciones de su talento, en especial de Fassbender y Winslet.
El desenlace podría caer en el cliché de que “hay algo bueno en el fondo de ese hombre después de todo”. El reencuentro con su hija tras de una serie de decepciones a través de los años resulta más que conveniente para la trama y la manera en que finalmente arreglan sus diferencias luce demasiado forzado, sin mencionar la ridícula referencia a la creación del iPod en los minutos finales de la película. Pero los deslices no se comparan con los grandes aciertos de esta obra.
Apelando a la teatralidad y jugando peligrosamente con lo desmesurado, Sorkin entrega el mejor guión de su carrera. Con los ingeniosos diálogos como un argumento narrativo, Steve Jobs emerge como una cinta en donde la acción de las palabras es lo que mantiene al espectador al filo del asiento durante varios instantes. Qué mas da si los hechos no se acercan en lo más mínimo a la realidad. He aquí una cinta que no se preocupa por aquello, sino en crear a un encomiable personaje jugando hábilmente con el tiempo y el espacio. No queda más que decir que la prueba ha sido superada.
Me parece que, en líneas generales, los hombres somos más extremos que las mujeres, en el sentido de que somos más dados tanto a la genialidad como al desastre.