La búsqueda de la identidad es una travesía humana que puede resultar un verdadero calvario si tomamos en cuenta el contexto social en el que se da. Son tiempos en donde se celebra la apertura sexual, la inclusión racial y la unión de todos a pesar de las diferencias (pero a fin de cuentas triviales) más notables. ¿Quiénes somos realmente? ¿El ambiente en el que nos desenvolvemos realmente afecta el desarrollo de nuestra persona? ¿Por qué es tan difícil para los demás aceptar nuestras dudas, anhelos y pasiones? Luz de Luna es una casi perfecta película que trata estos temas con un acercamiento que rara vez podemos ver en el cine. Esta mirada hacia un hombre que lucha por encontrar su lugar en el mundo nos hace sentir de cerca un sufrimiento real, una vida moldeada por el abuso y la decadencia, el pan de todos los días.
En apenas su segundo largometraje, Barry Jenkins, director, nos introduce a un mundo tan triste como familiar. Basada en la obra de teatro In Moonlight Black Boys Look Blue, de Tarell Alvin McCraney, Luz de Luna nos acerca a la naturaleza de la homosexualidad dentro de la comunidad negra, tema que ha sido escasamente explorado en el cine. La verdadera maestría de esta película la podemos encontrar en la manera en la que Jenkins nos recuerda que los estigmas con los que vive cualquier persona con una orientación sexual distinta a la del estándar impuesto por la sociedad no son exclusivos de la gente blanca. Chiron, el protagonista, es un chico negro perseguido de un barrio peligroso, pero también es un individuo con los mismos miedos e inquietudes que cualquier otro.
La cinta está dividida en tres partes. En la primera nos encontramos con Chiron como niño, quien ha sido apodado “Little” por los demás no solo por su tamaño, sino por su aparente debilidad. Su incapacidad para defenderse lo ha hecho presa fácil de los abusivos y de su propia madre, tan adicta como negligente. Solo hay dos lugares en donde “Little” encuentra cierta paz: con su amigo Kevin, quien trata de prepararlo para hacerle frente a los obstáculos con los que se topará más adelante; y con Juan, un distribuidor de droga que se convierte en un especie de mentor para él y que lo hace sentir culpable de su propio oficio. Con él, “Little” por fin descubre un ejemplo a seguir por lo más atípico que sea. Ali, quien va directo a ganar el Óscar por una aparición de apenas unos cuantos minutos, encarna a un noble tipo preocupado por su comunidad. Alejado de cualquier estereotipo, Juan es un hombre de bien cuya vida lo llevó a este punto, pero sus valores y principios se mantienen intactos. A diferencia de la madre, un ser vil destruido por las drogas, Juan lleva de la mano a Chiron hacia sus primeros momentos de auténtica felicidad. Jenkins los captura no solo con una excelente fotografía, sino rodeados de una atmósfera casi onírica y cargados de una honesta emotividad.