
Yo, Daniel Blake y su poderoso discurso resultan en un alzamiento de la voz de los más desfavorecidos. La figura de Daniel es tan heroica como trágica y aunque le hayan despojado de sus pertenencias, su dinero y hasta sus mismos derechos, hay algo que las dependencias gubernamentales no le han podido quitar, “el amor propio” tal y como dice cuando se enfrenta a una gran decepción concerniente a Katie. Las escenas finales de la película contienen una notable desesperanza, pero también un contundente mensaje que humaniza los números sociales y los miles de casos como el suyo. Al darle el nombre de su obra al mismo protagonista, Loach y Laverty critican el hecho de que nos hemos convertido en meras cifras y que el gobierno simplemente se niega a escuchar a su gente que no pide más que lo que les corresponde.