
En Bajo la Arena, Zandvliet trata de mantenerse alejado del melodrama a pesar de que la temática podría encajar a la perfección en ella. El cambio de la dinámica entre el sargento y los jóvenes es creíble gracias a las buenas actuaciones y la manera en que el director y también guionista evita caer en algún tipo de cliché. Es cierto que hay momentos en los que indudablemente sabemos que el peligro terminará en nada más que un susto para los protagonistas, pero varios de estos son seguidos por instantes de absoluta tristeza que realmente pueden llegar a causar cierta conmoción por su naturaleza, como aquella escena en la que una pequeña niña de la granja en donde viven se encuentra jugando en la zona de minas y uno de los desesperanzados chicos acude a rescatarla.
Quizá el desenlace sea el único aspecto debatible de la cinta. Este llega de manera abrupta y su desarrollo anticlimático lo hace parecer como si el tiempo se hubiera terminado y fuese necesario poner un punto final.
“Mejor ellos que nosotros”, le dice un suspicaz superior al sargento cuando este trata de que los niños sean liberados prematuramente. Bajo la Arena nos recuerda que una guerra existen cualquier tipo de atrocidades en todos los bandos involucrados y quienes solo cumplen con su deber son los que terminan pagando con la vida. La simpatía que logran generar estos personajes, a pesar de tratarse de nazis y de un militar con un ferviente espíritu nacionalista, es indudable. Su amistad trasciende cualquier tipo de ideología. Al final, el sargento hace caso al sentido común. La muerte de unos niños leales y comprometidos no puede hacer algo que lleve en su conciencia para toda la vida.