Mientras los abogados llenan sus arcas, la pareja, y una infinidad más, enfrenta el peor momento de su vida lo mejor que pueden, tratando de ser buenos padres, trabajando en medida de lo posible, y continuando con una existencia que será muy distinta de ahora en adelante.
Todo cambia cuando Nicole ve a una abogada que le hace ver la necesidad y posibles beneficios de entablar la demanda de divorcio, claro, por una considerable suma de dinero. Sin más remedio, temiendo por la amenaza de perder la custodia de su su hijo Henry (Azhy Robertson), Charlie también busca ayuda legal para enfrentar el embate legal.
Y si bien Baumbach es el principal responsable del impacto emocional de esta historia gracias a un guión casi perfecto, el cual refleja absolutamente la humanidad y vulnerabilidad de sus personajes, son Johansson y Driver quienes se convierten en el corazón de la cinta con sus soberbias y convincentes actuaciones, posiblemente las mejores de su carrera, principalmente en la de Driver.
Aunque solo presenciamos el final de esta relación, Baumbach nos hace sentir que conocemos a los protagonistas de toda la vida. Los detalles, experiencias y toda clase de cosas que cuentan o hacen referencia a su unión marital nos permiten conocer aquella felicidad que alguna vez existió en su hogar, por más fugaz que haya sido.
Baumbach, habiendo escrito el guión tras su separación con la actriz Jennifer Jason Leigh, no busca culpables, sino más bien el punto en el que todo se fue al carajo.
Nicole pronto deja ver la sensación de inferioridad que le dejó años de estar casado con un hombre que desestimaba sus opiniones e ideas, cosa que Charlie ha ignorado inconscientemente durante todo este tiempo. Más adelante, este revela las razones por las que dejó de sentir atracción hacia su esposa, llevándolo a tomar una mala decisión, lo cual tiene duras consecuencias en el desarrollo del personaje.
“Me siento como un criminal”, le dice a su primer y apacible abogado Bert Spertz (un hilarante Alan Alda con una breve pero puntual participación), con un rostro que no muestra más que aflicción y frustración, reteniendo lo más posible un mar de lágrimas. Todo esto se acentúa cuando comienza a tener dificultades con su hijo, quien parece pasarla mejor con su madre casi todo el tiempo. No es que Baumbach muestre preferencia por Charlie, sino más bien lo concibe como un individuo viviendo las consecuencias de sus actos, conscientes e inconscientes.
Otro memorable instante es cuando una lúgubre trabajadora social visita a Charlie para observarlo mientras convive con su hijo, lo que resulta en una dinámica tan improbable como chusca. Alda también contribuye a la comedia como el bonachón abogado del esposo que solo parece empeorar las cosas con sus poco útiles consejos.
El conflicto de pareja que desarrolla el director es tan natural y familiar que cualquier encontrará aunque un mínimo parecido con una relación actual o pasada, y he ahí la importancia de la obra, de mostrar sin tapujo alguno lo que realmente implica un vínculo como el matrimonio.