Inmerso en su propia codicia y sin un ápice de sensibilidad, Jacinto se olvida de que ese lugar del que le pide a su hijo salir cuanto antes fue creado por él mismo, y que lo que aguarda afuera podría ser todavía peor. En Nadie Sabe Que Estoy Aquí, Memo es la víctima de una vida que le fue elegida; la decepción y la frustración se han convertido en los eternos acompañantes de su destierro.
Ahí, como ya todo un hombre, se encarga de cuidar la granja pasando totalmente desapercibido, pero las fantasías de lo que pudo haber sido su vida continúan haciéndolo soñar con algo más. Cuando Marta (Millaray Lobos), la sobrina de un proveedor de su tío, se topa con él por mera casualidad, no solo surge una improbable amistad entre ellos, sino la posibilidad de recuperar lo que arrebataron hace tanto tiempo.
El director deposita toda su confianza en García para crear a Memo, un introvertido y misterioso sujeto sumido en una insuperable tristeza. Apelando únicamente a sus expresiones, movimientos corporales y a una imponente figura física, el actor consigue crear ese contraste necesario entre su apariencia y vulnerabilidad emocional.
A través de algunos flashbacks, pronto conocemos el origen de sus tribulaciones; el hecho de que alguien haya triunfado a costa suya no lo ha podido dejar tranquilo hasta el día de hoy. La aparición de Marta significa la primera vez en mucho tiempo que Memo finalmente se abre ante alguien más, dejando ver que los sueños que alguna vez tuvo permanecen intactos.
Cabe destacar que García apenas tiene unas cuantas líneas monosilábicas, haciendo que toda la fuerza de su actuación recaiga en sus ademanes. Y aunque esto ciertamente habla bien de García como actor, el guión parece tomar la ruta fácil no solo con él, sino con el resto de los personajes.
Cuando finalmente todos saben que está ahí, Memo se enfrenta ante la posibilidad de dar a conocer el secreto que ha ocultado durante todo ese tiempo. La pregunta es: ¿valdrá realmente la pena?