Para cineastas como Julia Ducournau y David Cronenberg, el cuerpo, eventualmente, se convierte en la prisión de máxima seguridad más brutal que pudiese existir. Escapar es prácticamente imposible, por lo que solo queda morir dentro de ella. Cuando los protagonistas de sus películas se enteran de esto, sus cuerpos se vuelven sus mayores enemigos, sometiéndolos